Amor en negro


Una pareja se pierde tras los primeros arbustos. La “O” del fluorescente parpadea cada pocos segundos. Conforme recortan la distancia, los tres ocupantes del automóvil escuchan los compases de una balada romántica. Julio Iglesias canta “La vida sigue igual”.
Entran en el local. Un hombre barrigón, con bigote, con la corbata anudada en la frente, sobre la barra, entre dos mulatas celulíticas, imita a Julio Iglesias. Otras cinco prostitutas tratan de encontrar un cliente en las mesas. La chica se adelanta a sus amigos y examina a las mujeres. ¿Cuál te gusta? Pregunta. La respuesta es el dedo que señala una rubia madura y apretada que aparece por el fondo, junto a la diana de los dardos.
No quieren una habitación. Eso os va a costar quince mil; aceptan. Avanzan por el camino de tierra tres kilómetros más, entran en un silo abandonado, donde una hoguera devora las que fueron vigas del techo. La rubia madura comienza a masajear la entrepierna de los muchachos.
-Daría lo que fuera por tener unas tetas así -dice la chica.
-Tócalas -dice la rubia.
-¿Cómo te llamas? -pregunta el muchacho de las espinillas.
-Como tú quieras llamarme.
-Te llamaré Sandra, yo tuve una novia que se llamaba Sandra.
-Seguro que tu novia no sabía hacer esto.
La rubia madura cierra los ojos y abre la boca.

Cuando todos jadean, desnudos sobre la paja del suelo, la mujer rubia descubre la pistola del muchacho mal afeitado. La acaricia y la besa.
-Juguemos a hacernos daño.

*La fiebre del mercurio (Diputación de Córdoba, 2001).